Día 18: La vida en Delhi

Son las 6.40 y me despierto en el hotel Kwality, afuera parece mediodía por el sol, las bocinas y el ruido de la gente gritando cosas que no comprendo, así comienza un día en la capital de la India y, como todos los demás, será muy largo.

Memorial Gandhi
Gandhi Memorial

Desayunamos temprano en nuestra habitación porque este hotel no tiene restaurante y después de esperar varios minutos por un café con tortilla de verduras salimos a la calle a coger un tuc-tuc en la esquina. Antes de las 9, como nos habían pedido, estamos en la oficina de turismo de Nueva Delhi para meternos en un bus en el que nos llevarán a recorrer la ciudad todo el día.

Salimos puntuales del punto de partida y vamos a ver un templo donde nos obligan a dejar todas nuestras cámaras y móviles en la entrada (junto con los calzados) y después de unos minutos salimos para seguir camino hasta otros sitios importantes de la ciudad.

En nuestro recorrido nos hacemos amigos de una chica de Polonia y de una familia del sur de la India cuyas tres hijas no paran de mirar a Mirichán y a la polaca hasta que piden hacerse fotos con ellas.

Por primera vez veo otra Delhi, una ciudad más grande, con vehículos que no son tirados por hombres o animales y que me indican que estoy en la capital de un país. Recorremos las zonas donde se encuentran las embajadas y llegamos al mediodía al Coffee Home donde por 2 euros comemos y por 50 céntimos tomamos café antes de seguir con nuestra ruta.

El recorrido incluye el sitio donde mataron a Gandhi para que se te ponga la piel de gallina y se te cristalicen los ojos, el RajGath (memorial de Gandhi) y el Red Fort que lo habíamos visto el primer día pero no habíamos entrado.

El día se nos esfuema de las manos mientras la gente, a las 6 de la tarde, llena las calles y te impide el paso. Dejamos a Paulina, la chicca de Polonia, en la estación de tren para que compre un billete a Agra y cuando estábamos saliendo una voz de mujer nos comienza a gritar «hola, hola, hola» y cuando nos damos vuelta la chica comienza a preguntarnos si habíamos comprado billete, qué le recomendábamos, dónde tenía que alojarse y cosas por el estilo porque ni ella ni su compañero de viaje tenían muy claro cómo pasarían el mes que tenían por delante. Con Mirichán le soltamos un montón de indicaciones y nos vamos a caminar hacia el hotel.

Antes de llegar a nuestra cama nos detenemos a cenar en un sitio donde no hay aire acondicionado, el humo que le ponen a los dioses espanta los mosquitos y nos deja sin respiración y la comida pica como ninguna otra. Salimos y al fin nos vamos a dormir mientras la calle sigue un poco agitada, los tres templos que tenemos de camino están en su apogeo máximo mientras los vendedores de frutas callejeros convierten su puesto en su cama para pasar la noche para que su vida continúe así y la nuestra comience a entrar en sus últimas horas en este país.

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