Nuestro octavo día en India fue muy, pero muy tranquilo y comenzó en Varanasi para terminar en la noche en la inmensa ciudad de Mumbai.

Después de levantarnos, desayunar y pagar nuestras respectivas cuentas de alojamiento, desayuno, comida y cena nos fuimos a buscar un tuc-tuc para que nos lleve hasta el aeropuerto. Después de pelear precios Miri subió a uno, yo metí medio cuerpo para colocar mi mochila y el señor, sin mirar hacia atrás arrancó llevándose la mitad de mi ser y se detuvo después de darle unos cuantos gritos; todo ello sin consecuencias dañinas.
Tras una hora de viaje llegamos al aeropuerto y fue como entrar en otro mundo: no había vacas, no había basura tirada en el suelo, estaba fresquito y en un restaurante ofrecían hamburguesas con patatas fritas. Ese mediodía comimos hamburguesa de pollo con sabor a curry, patatas y helado.
El avión de Spice Jet (esto es India y no podía llamarse de otra forma) iba a tardar cuatro horas y media para recorrer 1.700 kilómetros y no tenía lógica hasta que nos enteramos que primero iríamos a Nueva Delhi, nos detendríamos para que baje y suba gente y seguiríamos al sur.
Ya era de noche cuando llegamos a Mumbai, cogimos un taxi y comenzamos a recorrer la ciudad; a nuestro paso nos encontramos con inmensas torres luminosas, signos de opulencia y riqueza que no se ve en el resto del país y una imagen mucho más familiar.
Terminamos nuestro recorrido en un extraño hotel-alojamiento de jóvenes del cual ya escribiré más adelante para dormir y pensar en salir al otro día a tratar de que nos seleccionen como extras de Bollywood.