Día 11: La selva ya está aquí

Son las 5.30 y me despierto en el tren por décima vez; siento que en la cama de arriba Miri también se mueve y me levanto. Los dos pasamos una noche fatal casi sin dormir así que nos sentamos en mi litera y comentamos el viaje, hablamos y maldesayunamos algo esperando llegar a Goa. El viaje se hace eterno y llegamos dos horas después de lo previsto, pero al fin salimos rumbo a la selva y el océano Índico.

El paraíso
El paraíso

En la oficina del pre-paid taxi prácticamente nos echan porque no aceptamos sus precios, discutimos a más no poder porque nos cobran 100 rup0ias más de lo que dice un cartel y finalmente terminamos pagando, esto no es el norte y aquí el regateo no es tan común.

Un taxi nos lleva por una carretera que serpentea entre palmeras, pantanos y una selva espesa. Las casas son diferentes y se parecen a la zona selvática brasileña, más si comparamos la tierra roja que las rodea. Después de casi media hora de viaje llegamos a la Colonia José Menino (definitivamente esto es casi Brasil) donde nos hacen esperar porque no tienen noticia de nuestra reserva (y pago anticipado) mientras nos vamos preparando para volver a discutir se acerca una de las recepcionistas que dice que no hay problemas y se sorprende, tanto como yo, de llevar mi apellido aunque no somos parientes.

Como no dormimos nada descansamos un poco, luego comemos en el restaurante del sitio que por ser temporada baja no tienen casi nada de la carta y finalmente decidimos caminar los cinco minutos que nos separan con uno de los océanos que no conocíamos todavía. El mar está tranquilo aunque la bandera roja se mueve con ganas por la cantidad de medusas que hay. Definitivamente el primer día no nos bañaremos.

La tarde es tranquila, la piscina la cierran a las 6 y nosotros volvemos a la habitación después de dar unjas vueltas y volver a cenar arroz con alguna salsa india pero a eso de las 9 tenemos que salir a recepción: hay tres lagartos caminando en el mismo sitio donde dormiremos y no nos sentimos cómodos. Esto es una especie de barrio cerrado con muchas casitas así que tardamos un poco en llegar hasta la recepción donde nos atiende un señor y nos manda a otro ayudante con un ambientador en aerosol para correr a los lagartos.

Cuando llegamos los bichos están caminando a sus anchas comiendo bichitos y el hombre consigue hacerlos salir de nuestra pequeña casa así que entre los ladridos de perros y sin los lagartos a los pies de la cama descansamos sin problemas.

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