Visitar Oporto - Tranvía en la calle

Este es el motivo por el que tienes que visitar Oporto

Cuatro veces escuché cosas similares sobre Oporto: es una ciudad que está bien, pero deberían arreglar los edificios, es como todo viejo. Y lo primero que pensé es: si quieres edificios elegantes ve a Viena, porque viajar a Oporto es encontrarte con algo que no te cuentan las guías, con una personalidad de ciudad que te puede chocar.

Si Oporto fuera una persona sería esa vecina mayor de pueblo que te mira con cierta desconfianza los primeros días pero que te saluda con gracia al poco tiempo y en nada te está contando las historias de sus hijos.

Visitar Oporto - Tranvía en la calle
Las calles con sus tranvía la embellecen

Como viajeros estamos acostumbrados (mal acostumbrados) a que nos vendan ciudades perfectas, hechas a medida donde todos hablan un perfecto inglés y nos hacen sentir como en casa.

[alert type=»general» dismiss=»no»] Te dirán que la ciudad no tiene edificios nuevos y cuidados. Eso es lo que la embellece. [/alert]

La demanda turística ha convertido a las ciudades en parques temáticos donde cada vez tenemos menos sorpresas. Oporto, aún, no es eso.

 

La ciudad que se detuvo en el tiempo

Si quieres la típica ciudad donde todo es elegante, bonito y brilla hasta en el más mínimo detalle no viajes a Oporto. Vete a Zurich, a Viena, a Estocolmo, pero no a Oporto porque esa belleza de postureo instagramero no está allí.

Lo siento si te decepciono pero no es eso. Oporto es una ciudad preciosa, un sitio bellísimo justamente por eso, porque se sale de la rutina.

En La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, Antonio Tabucci escribió que en Oporto se podían encontrar tradiciones que en Lisboa estaban extintas. Mientras la capital se ha modernizado los constantes achaques económicos no le han permitido a la ciudad del norte cambiar su aspecto.

Recorrer sus callejuelas, las que están un poco más apartadas del centro, es encontrarte con pantalones colgados de las ventanas, puertas derruidas, pinturas que se descascaran y fachadas enteras que se vienen abajo.

Visitar Oporto - Edificio viejo
Los edificios le dan su personalidad

Lo que parece un panorama desolador es, en realidad, lo que embellece a la ciudad.

Ese reloj detenido, no por deseo de sus habitantes, hace que aún podamos caminar por las colinas y perdernos por escalinatas pensando que estamos en otro tiempo.

[alert type=»general» dismiss=»no»] Si esperas la típica ciudad para el turista normal, no vayas. [/alert]

Oporto refuerza la idea de que no todo es un parque temático disfrazado de ciudad. No es un sitio hecho a medida del viajero, sino que el viajero debe adaptarse al lugar.

Entrar en una tasca es meterte en un sitio un tanto lúgubre con camareros muy amables que sonríen poco y lugareños que te pueden hablar en cualquier momento sin venir a cuento de nada.

 

El río Duero como fuente de vida (y de comercio del vino)

Cuando viajas a Oporto te encuentras con muchas cosas que te llaman la atención, que te atraen y te enamoran. Pero hay un par que, seguramente, pasado muchos años te acordarás: las empinadas colinas y el río Duero.

El río fue el sitio por el cual llegaron los visigodos al lugar, fue la conexión con España durante siglos y fue lo que posibilitó el comercio del vino que ha hecho de la ciudad un sitio pujante.

Visitar Oporto - Barco en el río
La vida corre por el río

Poco antes del 1400 Juan I de Portugal se casó con la nieta del rey Enrique III de Inglaterra, por esas cosas que tienen los acuerdos entre los países que un día vendes un producto como otro te casas con la nieta de un rey.

De este matrimonio nació el Tratado de Windsor y junto a ello un acuerdo comercial sin precedentes.

[alert type=»general» dismiss=»no»] Aprovecha y disfruta de los vinos o al menos visita las bodegas junto al río. [/alert]

Los ingleses firmarán muchos acuerdos y casarán a sus nietas pero los vinos los preferían franceses, hasta que en 1678 Francia e Inglaterra entran en guerra y los británicos se quedan sin bebida.

Buscaron entre sus aliados y descubrieron que los portugueses tenían una muy buena opción.

Bajaban de los viñedos las producciones hasta el río Duero, se metían en barcos y salían rumbo a Inglaterra. Pero la distancia junto a una calidad no hecha para el viaje hizo que el producto final no fuera tan exitoso como el francés.

Así fue que a los comerciantes de Liverpool se les ocurrió meter brandy en medio de la fermentación del vino (una técnica copiada de unos monjes en Lamego) lo cual aumentaba el grado etílico y hacía que la bebida fuera más dulce.

La mano inglesa hizo que las empresas del país del norte se asentaran en las orillas del Duero y desde allí gestionaran mejor las exportaciones.

Las mujeres con los pescados en las calles y los barcos que venían del mar se confundían ahora con las barcazas que bajaban miles de litro de vino dando a la ciudad un nueva vida.

 

Entre boda y boda el país cambiaba de manos

Allá por el año 456 los visigodos llegaron a la ciudad y como les gustó tanto se quedaron. Tanto les gustó el lugar que sólo se fueron en el año 716 llegaron los árabes y los corrieron de allí.

Pero los árabes tampoco (como bien te lo imaginas) estuvieron siempre allí. Fueron los asturianos, al mando del rey Alfonso I que en su lucha por la reconquista espantaron a todos los invasores.

Pero la ciudad ya no atraía a casi nadie. Guerras de por medio y migraciones forzadas hicieron que estuviera vacía hasta finales del año 800. Fue otro rey asturiano, Alfonso II quien la repobló.

Y es allí donde comienza la hermandad con España.

Visitar Oporto - Escultura
Un sitio con mucha historia

En 1906 la hija del rey Alfonso VI de Castilla y León (llamada Teresa) fue casada por un acuerdo con Enrique de Begoña y le dieron como regalo de boda (nada de tostadoras ni dinero en sobre) todo el Condado Portulacense que incluía Oporto.

No se si la pareja fue feliz, pero lo que sí sé es que tuvo un hijo, Alfonso Henriquez, que tenía sed de independencia y comenzó a pelear por ello.

El 25 de julio de 1939 el hijo de Enrique y Begoña venció en la batalla de Ourique, momento que se considera el inicio de la independencia portuguesa de España. Cinco años después fue reconocido oficialmente rey de Portugal.

Pero como por esos años todo se manejaba con acuerdos de matrimonio Portugal se alio con otro país, Inglaterra. Juan I de Portugal se casó con la nieta de Enrique III de Inglaterra y abrieron las puertas a un acuerdo comercial que duraría muchos años.

Aunque sin boda de por medio entre 1580 y 1640 Oporto volvió a manos españolas. Pero en medio de otra batalla la volvieron a perder con los franceses.

Los pobres portugueses parece que conseguían cierta libertad con una boda o les mandaban un ejército para quitarlos del medio.

 

Cuna republicana

Una de las características que te encuentras cuando paseas por Oporto y conoces la ciudad es un caracter obrero, humilde y entrañable. Tal vez esa mezcla de trabajadores y puerto la forjaron de tal manera que fue el sitio en el que la monarquía portuguesa comenzó a caer.

En 1820, en las calles de Oporto, se produjo el levantamiento contra la monarquía.

La característica popular y de lucha en las calles se puede ver aún hoy pese a que ha pasado tiempo desde comienzos del 1800 cuando afloraban poetas y artistas por toda la ciudad.

[alert type=»general» dismiss=»no»] Ha sido siempre una ciudad nétamente obrera. [/alert]

La mejor época llegó a finales del 1800 cuando fundaron el puerto de Leixoes. Esto impulsó la economía del lugar y a principios del siglo XX, al llegar la República la ciudad era pujante y rica.

 

La marca de la historia en los edificios

Tal vez ahora te preguntes por qué te he contado tanto sobre la historia de Portugal y de Oporto en especial.

Es lo primero que me viene a la cabeza cuando algunos turistas me dicen que deberían arreglar la ciudad, que deberían recoger los pantalones colgados de las ventanas y cambien las fachadas de los edificios.

Si la ciudad hiciera todo eso la la escencia y la personalidad se perdería. La historia desaparecería y todo Porto pasaría a ser una ciudad más del montón, a esas que viajas y sientes que no saliste de casa.

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