Todavía vivíamos en Madrid y estábamos comenzando a alojar gente a lo loco a través de Couchsurfing cuando recibimos un correo de un tal Akinori pidiendo que lo hospedáramos en casa. Hasta ahí la historia no tenía nada de extraño, pero a los segundos nos saltó el mensaje que se titulaba “ten cuidado”; yo abrí los ojos como huevos fritos pensando que en la siguiente línea nos dirían que íbamos a alojar a un asesino, un secuestrador o un vaciador de neveras que se iba a cepillar mi dulce de leche. Pero no sucedió nada de eso.

El alerta que nos enviaba Couchsurfing era porque Akinori venía de Japón y no hablaba español como nosotros y tampoco hablaba inglés; el chico, que no parecía ni asesino ni vaciador de neveras, sólo hablaba japonés y ese es un idioma que no se nos da muy bien. Yo, que había visto Doraemon sólo en mi idioma original, no me sentía muy preparado para recibirlo, pero Miri tuvo más valor
-Venga Arol, vamos a alojarlo, mira que el pobre no habla español y no va a encontrar nadie que lo quiera tener en su casa- me dijo ella y me dio cierta pena del muchacho así que accedí.
Eran las 7 de la tarde cuando me encontré con el chico cerca de casa y cuando me vio me levantó la mano como los indios de las pelis del oeste y soltó un “hola” inmediatamente. El mundo se me puso de colores pensando “bien, este sí que pilota algo del idioma”. Caminamos hasta casa y yo le lanzaba palabras en español para ir aflojándole el oído pero él sólo movía la cabeza como los perritos de los coches. El muchacho no entendía ni jota.
En casa la cosa no cambió mucho. Miri, quien es más rápida para los idiomas y puede comunicarse con gran facilidad hasta con marcianos, le habló un poco y él volvía a mover la cabeza, soltaba alguna palabra en inglés y así íbamos tirando. Él a nosotros no nos entendía y cuando quería decir algo sacaba de su bolsillo una especie de agenda electrónica, escribía allí algo en japonés, la maquinita lo traducía y él lo leía en inglés.
Una noche, una de las tres en las que estuvo en casa, hicimos tortilla de patatas (“la cordialidad viene en forma de comida”, pensamos) para agasajar a nuestro invitado. Comimos muy bien, bebimos un poco de vino y se venía lo mejor: un postre muy rico que esperaba en la nevera y para el cual no habíamos hecho uso de mi dulce de leche.
– Akinori ¿Quieres postre? Tenemos uno muy rico – le dijo Miri con cara de ilusión
El chico la miró fijo a los ojos, se levantó y se fue a su habitación. Nosotros nos miramos y lo único que nos quedó claro era nuestra confusión. No supimos si no quería, si se había enfadado o si, simplemente, no entendió nada; yo creo que el pobre se quedó sin postre por no entendernos y eso que parecía con hambre.
Un día nos dijo que nos haría la cena (no recuerdo bien cómo nos lo comunicó ni cómo le entendimos) y que no nos preocupáramos de nada que él se encargaría de comprar todo. Yo sólo pensé en el pobre comerciantes al que iba abordar nuestro invitado y que tal vez no le iba a entender mucho. Pero para nuestra sorpresa esa noche llegó con noodles, unas salsas y huevo.
Mientras estábamos cenando, en silencio, Akinori sacó su maquinita de los idiomas y con mucha alegría nos contó que estaba dando la vuelta al mundo, que después de pasar por España iba a volar a Sudamérica para conocer Perú, Bolivia, Brasil y Argentina. No le creí mucho, no di un duro por él y pensé que no iba a llegar muy lejos, si se quedaba sin batería en su traductor se le iba a acabar el viaje. Al otro día lo despedimos y me quedé con la imagen de un chico de 19 años que quería conocer el mundo pero que lo tenía muy difícil.
Anoche se me ocurrió entrar en su perfil y ver qué tan lejos había llegado. Para mi sorpresa el chico que sólo hablando japonés, que viajaba moviendo la cabeza como los perritos de coches y portaba una sonrisa muy grande fue a Sudamérica, recorrió varios países, dio la vuelta al mundo y volvió a Japón. Al ver sus aventuras me alegré, pensé en cómo se habrá arreglado nuestro pequeño amigo, en los noodles que habrá cocinado para otras personas, los lugares que habrá conocido y finalmente me quedé pensando en lo lejos que se puede llegar con una mochila llena de ganas.
Buena historia! Queda demostrado que los idiomas no son un handicap a la hora de viajar!! Saludos
al fin las ganas que le pongas a algo lo son todo
Por algo dicen que «querer es poder» aunque, si os digo la verdad, yo no habría sido capaz de lanzarme a la aventura sin saber un mínimo de inglés. ;)
Saludossss :)
Tal vez te lanzas a la aventura y aprendes jiji
Bonita historia y como dicen por aquí, querer es poder :)
Cuando nosotros estuvimos en Japón nos pasó algo parecido y es que algunos te entienden en inglés pero otros se limitan a mover la cabeza como diciendo tu habla que no te entiendo jajaja en algunos sitios ya hablabamos hasta en catalán, total, para que no me entiendas en inglés no hago el esfuerzo :P
me encantó eso de «hablo lo que sea si de todas formas no me entenderán» :)